Es muy
reconfortante encontrar rarezas cinematográficas (No sé si ya he dicho eso
antes, y si es así, les pido perdón por repetirme. Pero es cierto) en
festivales, cineclubes, tiraderos, o en el simple boca a boca de los cinéfilos.
Hace poco me recomendaron la película que ahora motiva esta reseña. El hombre que vivió en un zapato (Gabriella
Gomez-Mont 2011) Opera prima de una documentalista que, como primer trabajo,
escogió retratar la vida de un hombre que, como mínimo, está aquejado de una
locura excepcional.
José Luis
“el güero” Robles Gil es un hombre extraño, por decir lo menos. Vive en una
casa junto a su anciana madre, su esposa y su hijo adolescente. No tiene
recamara pues él y su mujer pernoctan en el suelo. Su hijo los acompaña tendido
en un sillón. Aunque la casa es amplia, la mayor parte de ella está dedicada a
servir de almacén para los miles de proyectos en los que José Luis se enfrasca.
Y que incluyen maquetas, modelos, y decenas de miles de hojas de papel llenas
de cálculos numéricos, dibujos y bocetos, entre otras muchas cosas que ni
siquiera se nos muestran, porque el verdadero catalogo de las locuras del
protagonista no se encuentra en el
espacio, sino en el tiempo.
José Luis
es visto en la película, a través de los ojos de todos los que lo rodean. Su
sufrida y amorosa esposa, a la que, según ella
misma declara, apenas unos meses después de conocerla y cortejarla,
llevo a su casa para encerrarla en una recamara por un año, antes de sacarla
para llevarla al altar. Su hijo, que mantiene con él una extraña y ambivalente
relación de amor y odio, cariño y falta de respeto, burla y genuina admiración.
Sus hermanos, un autentico muestrario de compulsivos del orden, la limpieza o
la corrección, según sea el caso.
José Luis es visto a través del tiempo, como
colaborador temprano de Roció Boliver, la después celebre performancera Congelada de uva, como extraño vagabundo
que llevaba una pantalla de lámpara en la cabeza, y que así interactuaba con el
mundo (Por cierto. La familia Robles Gil sostiene que en esos años, visito una
“escuela de matemáticas” que sospecho, era la Facultad de Ciencias de la UNAM.
¿Alguno de mis lectores sabrá si este dato es correcto?)
Como habitante de un
basurero en el sur de la ciudad, que generó extraños lazos con sus vecinos. Pero
dejando de lado lo espectacular o extraño de su comportamiento, lo
verdaderamente excepcional, es la manera en que este hombre ve al mundo. Como
un simple escalón, como un compartimento de una realidad fantástica. José Luis
sostiene que posee los secretos de esos mundos alucinantes. La llave hacia una
realidad mejor que la que alcanzan a ver nuestros ojos. Y es aquí donde el
documental tiene su mayor acierto. Nos deja decidir si el “Güero” es un
mitómano, un embustero genial, un simpático orate parlanchín y
desobligado. O un iniciado con secretos
que apenas podemos intuir. Un hombre que ha trascendido a la realidad gris que
todos conocemos, y que decidió que su vida iba a ser un cuento de hadas. Y tuvo
el coraje de hacerlo realidad. Su directora, en una entrevista, resume muy bien
el mensaje de su película en un verso de Poeta en Nueva York de García Lorca. “…En
donde el sueño tropieza con su realidad, allí mis pequeños ojos…” Vean El hombre que vivió en un zapato. Vale
la pena.
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