En nuestro país,
pueden reconocerse dos etapas del cine histórico. Aquel que durante años nos
mostró a los protagonistas de la
historia nacional tal y como las veíamos
en las monografías y en los idealizados retratos que cada festividad patria
adornaban las paredes. Acartonados paladines con la mente saturada de
patriotismo, que hablaban solo para soltar frases históricas a diestra y
siniestra, terribles traidores mefistofélicos sin una pizca de decencia en el corazón,
y mártires que sacrificaban hasta la última gota de sangre y bocanada de
aliento en los altares cívicos. Porque adoramos a nuestros mártires.
Luego, vino
una segunda etapa, más “inteligente”. En ella, nuestros caudillos cambiaron. Se
volvieron humanos. Bebían, reían, maldecían, albureaban, se enamoraban una y
otra vez. Ya se permitían soltar entre discurso y discurso alguna grosería muy
mexicana. Y seguían siendo tan extraños a la realidad social como los cráteres de
la luna. Si en algo ha fallado nuestro cine nacional, salvo contadísimas excepciones,
es en decirnos quién diablos fabrico la
patria.
Tomen como ejemplo dos figuras centrales de la
historia nacional. Miguel Hidalgo y Francisco Villa. El primero, elevado a la categoría
de padre de la patria, es poco menos que un santo. Retratado desde La virgen que forjo una patria (Julio
Bracho 1942) aunque hay menciones de que apareció en un cortometraje realizado
en 1907 dirigido por Felipe Haro, y que desgraciadamente no se conserva. Siempre mostrado como un anciano sabio y benevolente,
a pesar de que solo contaba 58 años en
el momento de su muerte, la figura contradictoria y compleja del cura Hidalgo no
ha sido nunca retratada de manera concienzuda en el cine (Antonio Serrano, en Hidalgo, la historia jamás contada, se salió
por la tangente y decidió que la mejor manera de “humanizar” a don Miguel era volviéndolo
mujeriego, jugador y fiestero)
Con Pancho Villa el fenómeno se repite. Poseemos
dos referencias. Pedro Armendáriz como un Villa entrañable, noble, violento,
tierno, justiciero y caprichoso en la trilogía de Ismael Rodríguez Así era
Pancho villa(1957) Pancho Villa y la
Valentina (1960) y Cuando ¡Viva
Villa...! es la muerte (1960) o como
el macho por antonomasia que le sirve de conciencia al protagonistas de Entre Pancho Villa y una mujer desnuda(Sabina
Berman e Isabelle Tardán 1996) En ninguno de los casos, el cine nos ha
permitido saber quienes son estos personajes, denostados en su tiempo, seguidos
por miles de personas, y que seguramente fueron mas que una calva o un bigote y
cananas.
Un director
mexicano que se ha acercado en más de una ocasión a los personajes históricos es
Felipe Cazals. Desde que dirigiera cortometrajes documentales sobre Alfonso
Reyes, ha dirigido Viva Zapata…muera
Zapata (1970) Aquellos años(1973)
sobre la vida de Juárez durante la guerra de Reforma y la intervención francesa,
La güera Rodríguez (1978) sobre esta
controversial figura menor de nuestra historia, Testimonios de la revolución (1986) Kino (1993) sobre el célebre misionero español , Su Alteza serenísima (2000) sobre
Antonio López de Santa Anna, Chicogrande
(2010) ambientada durante la expedición Punitiva que organizara el gobierno de
EUA para atrapar a Villa, y ahora Ciudadano
Buelna (2013) que nos narra la vida de una de las figuras olvidadas de la revolución
mexicana. El sinaloense Rafael Buelna.
Cazals es
un experto en la reproducción de los ambientes históricos. Sus películas siempre
han gozado de buena precisión histórica y el diseño de producción revela a un
director competente. Escoge a una de esas figuras que nuestra historia oficial
ha barrido bajo la alfombra, limitando la revolución a una serie de duelos de
pistola que alternativamente fueron perdiendo Díaz, Madero, Huerta, Villa,
Zapata, Carranza, Obregón y Calles, hasta la llegada del sacrosanto partido que
institucionalizó la revolución. En este grupo de ilustres desaparecidos, junto
a Buelna, se encuentran figuras como Felipe Ángeles, Eulalio Gutiérrez o Lucio
Blanco.
Buelna es aquí
retratado como un revolucionario inconforme, un idealista y sobre todo, un demócrata
rabioso que deplora a los caudillos. Cazals no puede renunciar del todo a que
su personaje este contagiado de solemnidad, y hable de vez en cuando como si
fuera la historia la que lo escucha.
Para esta historia, la revolución está protagonizada por unos cuantos
patriotas, algunos prácticos y otros idealistas, rodeados de canallas, cobardes
y oportunistas, que al final, son los verdaderos ganadores, consiguiendo
incluso usurpar un lugar en la historia que no merecen. El olvido solo es la última
afrenta que enfrentan los héroes que a Cazals le gusta retratar.
Hay reproducción
de algunos episodios históricos mexicanos que merecerían en sí mismos una película,
como el que los zapatistas protagonizaran en la convención revolucionaria de
1914 encabezada por Antonio Díaz Soto y Gama, y que es conocido como “incidente
de la bandera” o el momento en que Álvaro Obregón enfrentó un pelotón de
fusilamiento bajo órdenes del propio Buelna. Les recomiendo la cinta de Cazals Ciudadano Buelna. Hace que giremos la
cabeza en una dirección poco común. Ya solo eso, merece un reconocimiento.
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